domingo, 21 de diciembre de 2008

Otra Navidad es posible


Cuando era más joven me sorprendían las personas que decían odiar la navidad, me parecían aburridas, vetustas, simples. Nunca imaginé que llegaría un momento en el que yo mismo desearía que la navidad pasara como un trago corto, como un soplo breve.

El consumismo se comió la navidad, conmigo dentro. Cada vez queda menos de la esencia, el envoltorio ha terminado inundándolo todo. Tenemos magníficos belenes, magníficos árboles de navidad, magníficas mantelerías, magníficas comidas, magníficos abrigos, pero dentro estamos vacíos y solos.

Una vez más se demuestra que el dinero no da la felicidad. Si hay algo que me gustaría que se llevara la crisis económica que estamos viviendo, sería la locura de compras en la que se ha sumergido nuestra sociedad.

La publicidad, esa mentira canallesca que nos rodea por todas partes, nos ha convertido en rebaños de seres ansiosos por pasar la tarde en el centro comercial, mirando escaparates, entre reyes magos falsos y falsos deseos de felicidad. Compren, rompan y vuelvan a comprar.

Lo que sucede es que ya no sé que pedir para que me regalen, ya no necesito nada.

Me hace gracia pensar que cuando era un ciclista aficionado usaba el mismo culote en invierno y en verano, tenía manguitos para los brazos y si hacía frío usaba una chaqueta del chándal. Ahora tengo una bici magnífica y un cajón con ropa de ciclista de calidad: para cuando hace sol, para cuando hace frío, para cuando llueve e incluso, si fuera necesario, para cuando nieve. Tengo de todo, pero me falta lo fundamental: no salgo a montar en bicicleta.

No quiero hablar ahora de los regalos de los niños, ni de las comidas familiares en las que se presta más atención a la sofisticación de los platos, que a la conversación relajada. Pero si me gustaría expresarle un deseo al gordo ese de Papá Noel: un lugar sencillo, acogedor, en el que alejarme de todo esto, sin centros comerciales, con una buena chimenea de leña, sin televisión, sin mantelería de holanda, ni cubiertos de plata, con unos sillones que inviten a conversar o a leer, despacio, largamente, a toda la familia, mientras los niños juegan y la luna fría de diciembre ilumina sus caras.

Mientras tanto, desde esta bitácora perdida en medio de la marabunta, sólo me queda desearos que tengáis unas buenas fiestas, y brindar por un mundo mejor y más justo.
Para contribuir a ello, os dejo unos videos con los que tomar una visión diferente de las cosas.






domingo, 14 de diciembre de 2008

Un belén en La Covacha

Hoy estoy agotado, físicamente agotado.

Pertenezco a un club de montañismo de mi ciudad. Cuando se acerca la Navidad es una tradición colocar un Belén en la montaña más alta de Extremadura: el pico La Covacha, en la Sierra de Gredos. Es un recorrido muy exigente, de más de 20 kilómetros, y con un desnivel superior a los 1400 metros. Han sido casi nueve horas de dura caminata.

A mi me encanta el alpinismo, soy un asiduo lector de literatura montañera, desde que era adolescente y conocí los Pirineos caí en la fascinación por las alturas, entre mis ídolos se encuentran personajes como Reinhold Messner o el Duque de los Abruzos, me fascinan ese tipo de aventuras, su objetivo, aparentemente inútil, de alcanzar una cima, de probar los límites.

El año pasado conseguí llegar a La Covacha, colocamos el Belén, cantamos villancicos e incluso comimos polvorones en la cima. Pero este año las condiciones eran muy distintas, media España estaba con aviso de temporal, las temperaturas en mi ciudad apenas superaban los tres grados, y había estado lloviendo buena parte de la semana. El resultado ha sido una jornada realmente dura, con temperaturas que a menudo rondaban los 8 grados bajo cero, con mucha nieve y mucha ventisca. Del conjunto de personas que salimos, apenas 10 conseguimos llegar a lo alto de la montaña, si he de decir la verdad ha sido demasiado duro para disfrutarlo, demasiado arriesgado, a menudo me preguntaba si semejante esfuerzo valía en realidad la pena, o simplemente había caído en la tentación de mostrar, una vez más, la certeza de mis límites.

sábado, 29 de noviembre de 2008

El gol de mi hijo


El fútbol es parecido a un gusanito que una vez que se mete dentro es muy difícil echarlo fuera.

Mi hijo tiene ocho años, es un chico brillante y sorprendente, pero no es de esos chicos que parece que nacieron con un balón pegado al pie, no es de esos que desde pequeños se erigieron en líderes del grupo y golpean la pelota en el recreo como un mayor, de esos que uno diría que aprendieron a regatear desde la cuna.

Este año le había prometido que lo inscribiría en un equipo de fútbol.

Hace algunos días le dieron una camiseta con el número nueve, y con su nombre escrito en la espalda con caracteres góticos. Tras algunas semanas de tanteamiento hoy era el día señalado. Hoy comenzaba la liga.

Cuando me desperté él ya estaba en pie, y en cuanto me descuidé se había vestido con la equipación y estaba dispuesto para el combate.

Le regalé unas espinilleras que coloqué con mimo sobre sus piernas delgadas, pero fuertes. En el pabellón, rebosante de padres y de críos, le ajusté los cordones de sus botas y le dejé libre como un pajarillo, dispuesto a imitar en el calentamiento los gestos de los futbolistas que ve por la tele.

El partido estaba igualado, la mayoría de los padres, conocedores de las cualidades de nuestros hijos, temíamos que el resultado pudiera ser deshonroso. Pero los chicos, sorprendentemente, se defendían.

Fue un balón rebotado, mi hijo había salido de delantero titular, y se escapaba, no diré a trompicones, en dirección al área contraria, el balón le iba botando y a unos cinco o seis metros de la portería, enganchó una bolea a media altura que se coló como una palomita en el fondo de la portería rival.

Yo también juego al fútbol, pero ni en el mejor de mis goles, he celebrado un tanto como el de esta mañana de mi hijo.

Al final terminaron perdiendo por dos goles a uno, pero yo llevo todo el día con el gol de mi hijo en la cabeza. Me sorprendo a mi mismo sonriendo y exclamando en bajo ¡¡Cómo definió mi pequeño!!Y se me agranda la sonrisa al recordar su mirada, inmensamente alegre, que me buscaba entre todos los padres, como para darme las gracias.

jueves, 20 de noviembre de 2008

Día Universal de la Infancia

Hoy es el Día Universal de la Infancia. Desde aquí brindo por un mundo en que ningún niño deba soportar la carga de ser maltratado, explotado, abusado o denigrado, brindo por un mundo en el que la palabra tolerancia, educación, salud, juego y felicidad se hagan realidad, y se proteja la infancia como el más profundo, trascendental y hermoso de nuestros tesoros.
Si alguien entró en este blog tras teclear palabras como "angels", "lolitas", "niños desnudos", "boylover", "preteens", "girlover", "childlover", "pedoboy", "boyboy", "fetishboy" o "feet boy", decirle que ha llegado al sitio equivocado, que tiene una vida miserable, que nunca entenderá lo que encierra la sonrisa de un niño y que la ley, tarde o temprano, le terminará cazando.

Mi recuerdo especial para Jeremy Vargas, Mari luz Cortes, Madelaine Mcann y todos los niños que tuvieron la desgracia de cruzarse en la vida con los más sucios criminales.

Haremos como Carlos Cano, les vengaremos cantádoles budú a los malnacidos que se los llevaron.

"Los que matan la luna
son los mismos de siempre
los que arrancan las flores
con sus botas de muerte
los que amargan la vida
y asesinan los sueños
que cantan los poetas
buscando un tiempo nuevo.
No gozan del amor,
ni tocan los tambores,
ni cantan el bolero,
ni pintan corazones
en los árboles verdes
ni en las playas de arena,
ni bailan el merengue
pa'echar fuera sus penas.

Merecumbé, merecumbé
un alacrán por la pared
merecumbé, merecumbá
por la pared va un alacrán
y el corazón con su aguijón
te comerá...
Merecumbé, merecumbé,
merecumbá."

domingo, 16 de noviembre de 2008

García Montero

Hacía 1991 andaba yo a la búsqueda de personas con las que hablar abiertamente de literatura, y fundamentalmente de poesía, fascinado como estaba por ese encuentro del que hablé en algún mensaje anterior.

Era un asiduo lector del suplemento cultural del ABC que se publicaba los viernes (ahora los sábados). Aquel suplemento era un magnífico escaparate de lo que se cocía en el ambiente cultural alejado de una ciudad provinciana, como la mía. Fue en esas hojas donde leí la convocatoria del premio de poesía Hiperión, supe de la leyenda que arrastraba, e incluso de la ubicación física de la librería que le daba nombre, y que se encontraba no muy lejos de la Puerta de Alcalá.

Aprovechando que mis tíos y mi abuela vivían en Madrid acudí aquella Navidad, vestido con un largo abrigo, a la librería en cuestión. En mi tierna ingenuidad, llevaba anotada la compra de varios libros: Obras completas de Neruda, Antología de Heine, de Oliverio Girondo y el Diario Cómplice de Luís García Montero.

Viene esto a colación de la polémica que ha surgido en la Universidad de Granada, por las luchas intestinas surgidas entre el poeta y otro profesor de la misma universidad. El resultado es que García Montero ha decidido apartarse voluntariamente de sus clases y abandonar la universidad.

Tuve la oportunidad de saludarle en persona durante un encuentro poético organizado por la UEX y en el que participaba su mujer: Almudena Grandes. Cuando estreché su mano, noté la mano cálida de un hombre que, sonriendo, era capaz de encontrar la belleza en lo que miraba.

Desde aquí mi apoyo absoluto hacia su persona, y mi admiración entregada hacia su obra. Sea donde sea el destino que le lleve, en ese barco quiero yo también ser pasajero.
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RECUERDA QUE TÚ EXISTES TAN SÓLO EN ESTE LIBRO...
Recuerda que tú existes tan sólo en este libro,
agradece tu vida a mis fantasmas,
a la pasión que pongo en cada verso
por recordar el aire que respiras,
la ropa que te pones y me quitas,
los taxis en que viajas cada noche,
sirena y corazón de los taxistas,
las copas que compartes por los bares
con las gentes que viven en sus barras.
Recuerda que yo espero al otro lado
de los tranvías cuando llegas tarde,
que, centinela incómodo, el teléfono
se convierte en un huésped sin noticias,
que hay un rumor vacío de ascensores
querellándose solos, convocando
mientras suben o bajan tu nostalgia.
Recuerda que mi reino son las dudas
de esta ciudad con prisa solamente,
y que la libertad, cisne terrible,
no es el ave nocturna de los sueños,
sí la complicidad, su mantenerse
herida por el sable que nos hace
sabemos personajes literarios,
mentiras de verdad, verdades de mentira.
Recuerda que yo existo porque existe este libro,
que puedo suicidarnos con romper una página.
Luis García Montero

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Yes, we can


Hoy nos hemos desayunado con la buena noticia de que Barack Obama ha ganado las elecciones en Estados Unidos, confieso que ya hace tiempo que había perdido mi confianza en las buenas gentes de aquel país, pero el legado de Bush ha sido tan lamentable que resultaba casi impensable otro resultado.

Mis simpatías hacia Obama. Está claro que él encarna mejor que nadie la posibilidad de un cambio en la forma de actuar de Estados Unidos, y ese cambio sólo puede ser para mejor. Hoy, mientras iba a trabajar, tenía la sensación de que, ahora sí, habíamos entrado en el siglo XXI.

Llevo oyendo desde hace algunas semanas a varios analistas políticos y económicos que habíamos llegado al fin de un ciclo, y de la necesidad de reformar (algunos dicen refundar) las bases del capitalismo. Estoy a favor, es más, para mí no sólo es necesario refundar el capitalismo, sino que también sería magnífico si se pudiera refundar el socialismo, y refundar la democracia y la forma de hacer política. Basta ya de que se use a los votantes como mercancía que se maneja y usa cada cuatro años, necesitamos pensar en políticos que crean en el ser humano, que apuesten por el progreso de la sociedad y no por el progreso propio y la destrucción del adversario.

He tenido oportunidad a lo largo de mi vida de hablar con muchos políticos (de acuerdo, la mayoría de ellos políticos de tercera) como para tener una imagen clara de ellos: la mayoría son los supervivientes de guerras intestinas, de navajazos explícitos entre supuestos compañeros hasta ocupar el puesto que ocupaban, para, una vez allí, intentar perpetuarse a toda cosa. Los más hábiles se adueñan de discursos grandilocuentes y vacíos, cargados de frases hechas, de palabras rimbombantes, de vaguedades. Conseguido el escaño, el trabajo consiste en votar lo que tu grupo proponga y oponerte por sistema a lo que surja de los otros grupos, en caso contrario corres el riesgo de ser expulsado y acusado del peor de los pecados, que no es el de no servir a los intereses de los ciudadanos, sino el de no servir a los intereses de tu partido. El resultado final poco o nada tiene que ver con las promesas realizadas a sus votantes, pero eso parece que a nadie le importa. Unan a ello que el poder les engancha, les hace ser admirados, envidiados e incluso temidos, que el poder a menudo corrompe, y que una vez que se prueba es muy difícil desengancharse. Mis políticos de tercera a menudo vivían de la política, o su vida profesional era mucho más simple y vacía como para arriesgarse a pasar el invierno lejos del calor del escaño. Como consuelo y justificación se nos llena la boca con la palabra “democracia”, que es la panacea en la que navegamos todos, pero mi opinión es que en esas condiciones para poco vale.

Yo tengo muy claro cuales son mis orígenes y cual es mi ideología, lo que tengo más difícil es saber quiénes, actualmente, representan esas ideas. Curiosamente, si hecho la vista atrás, la persona a quien he escuchado un discurso más comprometido, más ambicioso socialmente hablando, no ha sido a un concejal, ni a un diputado, ni a un consejero, sino a un cura. Es cierto que yo no soy especialmente religioso, pero con motivo del bautizo de mi hija, me acerqué a una parroquia de esas que están en manos de curas distintos (yo los asocio a los teólogos de la liberación que tanto abundaron en Sudamérica hace unos años, aunque supongo que a ellos tal asociación no les haría gracia). Allí hablaban de igualdad, de solidaridad, criticaban el consumismo. la superficialidad, la hipocresía… pero lo hacían desde su ejemplo y su compromiso diario, y de esa forma era fácil creerles. En ocasiones me daban a entender la sensación de que el cristianismo como ellos lo practicaban (tan alejados de la moral y el lujo que se irradia desde el Vaticano) era una magnífica excusa para cambiar el mundo.

Cambiar el mundo.

Mientras llega ese día, prometo dejar junto al puñado de esperanzas que deposité en Lula, otro cuarto y mitad que depositaré sonriente, en la figura de Obama. Que es tiempo de vivir y de soñar y de creer que tiene que llover a cántaros.



miércoles, 29 de octubre de 2008

Noviembre

El viento, que durante todo el día ha agitado las hojas de los árboles hasta partirlas y ha llenado las calles de paraguas rotos, ha sido su tarjeta de presentación. Noviembre no es un mes cualquiera, es un mes rudo y melancólico al mismo tiempo.

Noviembre atesora para mí la imagen de un mes indómito, que se adueña de las calles y nos expulsa al refugio de las chimeneas y los calefactores.
(Mientras escribo, me vienen a la memoria unos versos de Bernardo Atxaga, que recitaba Loquillo en uno de sus discos, y que sirven de contrapeso para lo que quiero expresar, permítaseme la pausa:

Veo que Septiembre,
El de los rojos helechales,
Deplora su materia.
Que hubiera preferido ser
Sólo nieve, inmensidad y lobos. )



Noviembre comienza festejando a los muertos, azuzando a las ánimas a salir a nuestro encuentro. Para muchos la noche de difuntos es la noche del Juan Tenorio, pero para mi ha sido siempre la noche de Bécquer, como una tradición íntima me recuerdo desde muy joven releyendo El Miserere, o El monte de las ánimas, en una edición antigua, con ilustraciones alargadas de calaveras andantes y peregrinos asustados. (Tan alejada de esa pamplina de halloween que nos quieren imponer)

Los cementerios, fascinante escaparate de nuestra fragilidad, se pueblan en Noviembre de flores renovadas. Las tardes aparecen tímidas y se retiran pronto; el sol nunca llega a subir del todo. Los campos, hasta hace escasas semanas, eriales amarillos, comienzan a verdeguear y los arroyos retoman sus cauces con aguas nuevas. Pronto las cumbres de Gredos se llenarán de nieve, y el aire frío hará aún más apetecible envolverse en la cama, bajo dos grandes mantas a la vera de un libro.

Por todo ello, porque además nací durante un diez de noviembre de hace algunos años, y porque me identifico con su carácter, entenderéis que a veces me sienta como un jara solitaria brotando bajo las lunas frías de Noviembre.

lunes, 20 de octubre de 2008

Contra la pornografía infantil


Pongamos freno a la pornografía infantil. Únete a esta campaña.

jueves, 16 de octubre de 2008

Se esfumó el SIMO

Esta semana se ha dado a conocer la noticia de la cancelación del SIMO, la feria informática de referencia en nuestro país.

Durante los años en que realicé la carrera de informática, allá por el comienzo de los años noventa, creo que no falté a ninguna edición de esta feria. Entonces se celebraba en la Casa de Campo de Madrid, y desde la universidad se organizaban viajes de un par de días de duración, que algunos utilizaban para acudir al SIMO y otros los empleaban en darse una escapada por la capital.

Para mi la caída del SIMO es la caída de un símbolo, de una época en la que la informática, y por ende los informáticos, nos íbamos a comer el mundo.

Guardo muchas anécdotas de aquellos viajes, los que me conocéis ya sabéis lo dado que soy a contar batallitas, no lo haré hoy. Sólo decir que siempre me acompañó mi buen amigo Tomasón, y que juntos recorrimos aquellos salones inmensos cargados de bolsas de plástico y propaganda, emulando a esos hombres anuncios que ahora el alcalde de Madrid pretende prohibir. Éramos jóvenes y aquello era nuevo para nosotros: ordenadores portátiles, maquinaria que fabricaba CD y los grababa delante de nuestras narices, discos duros que apenas rozaban los cien megabytes, demostraciones, todas decepcionantes, de programas que transcribían el lenguaje hablado, impresoras enormes y ruidosas, pasillos de neón que albergaban la presencia en una urna de un flamante superordenador, probablemente un 486 recién salido al mundo. Todo ello antes nuestros ojos aún no saturados de tanta novedad efímera, de tantas palabras vacías y grandilocuentes, de tantos hombres enchaquetados, pavoneándose al son de la nada.

Poco después comencé a trabajar y desde entonces sólo acudí al SIMO un par de veces, para constatar su decadencia. Ahora iba, eso sí, en calidad de profesional y eso implicaba que podía acudir a la cita fuera del horario de fin de semana, con lo que se reducía drásticamente el número de niños y jovencitos, y además que, aunque seguía regresando con el mismo número de bolsas que antaño, ahora el porcentaje de bolígrafos que había en su interior había subido considerablemente.

Dicen que los grandes: Microsoft, Telefónica, HP… habían declinado su asistencia, que la crisis les había obligado a echar el cierre. Pero yo creo que el SIMO había caducado como un yogur viejo, que se había derrumbado víctima de su propio éxito. La última vez que acudí, el stand más popular era el que se encontraba junto a un coche superdeportivo. Debe ser frustrante gastar un dineral en promocionar tu producto para que al final las colas se formen junto a un flamante coche rojo, con el único objetivo de hacerse una foto.

Tal vez lo que sucede es que muchas de estas ferias han terminado por perder el rumbo, por olvidarse de la esencia y zambullirse en la anécdota. Cada año oía decir que aquel había sido el mejor SIMO, el más grande, el que contaba con más metros cuadrados de exposición, con más expositores, con más comerciales enchaquetados, con más bolsas…

He de reconocer, no obstante, que a pesar de todo, he sentido un cierto regusto amargo al escuchar la noticia. Debe ser que me voy haciendo mayor.

domingo, 12 de octubre de 2008

De mi diario a la poesía

Yo tenía un diario en el que escribía cada noche. Todavía lo conservo, es una libreta cuadriculada, de pasta azul y letra atolondrada. Me viene ahora a la memoria ese cuaderno, mientras escribo en mi bitácora, evolución desproporcionada de aquellas hojas adolescentes.

Mi diario no era un diario normal, no se limitaba a relatar mis experiencias, sino que las reescribía y reinventaba. Era un diario anovelado, mi personaje vivía en una isla solitaria y cada suceso que me acontecía diariamente, tenía su traducción en mi isla: aprobar tal asignatura era superar una montaña, un despecho amoroso era morir de hambre, una discusión una tormenta… con nadie hablaba, sus soliloquios eran mi filosofía.

Lo que más me sorprende de aquello, fue que cada vez mis anotaciones en el diario iban siendo más poéticas, sin yo pretenderlo. En mi adolescencia nunca leí poesía, más allá de las obligadas por mis profesores de literatura, casi siempre a destiempo, casi siempre de mala gana, tratando de encontrar en ellas las asonancias, la sílaba exacta, la rima perfecta, pero olvidando el mensaje. ¡Cuántas frustraciones literarias se han fomentados desde las aulas, obligando a leer libros inadecuados para la edad del lector!

Pero esa es otra discusión. Lo que quiero decir es que me encontré con la poesía, antes de que ella se encontrara conmigo. Recuerdo, como si fuera hoy, a uno de mis mejores amigos, tendríamos poco más de dieciocho años, y estábamos sentados en una de las escaleras de la Plaza Mayor de Cáceres, todavía no se había instaurado el botellón como lugar de encuentro y borrachera, pero aquellas escaleras siempre han invitado a la conversación. En un momento de la charla él me miró y me dijo: “Tanto dolor se agolpa en mi costado, que por doler me duele hasta el aliento”. Aquellos versos se adentraron en mí de tal forma que ya nunca más volví a ser el mismo.

Al día siguiente me acerqué a la biblioteca y de la mano de Miguel Hernández aprendí a leer y a entender la poesía. Fue como la llave que me abrió un sendero al que yo tendía inconscientemente. Luego vinieron otros, Bécquer, Machado, Alberti, Lorca, Rosales, Cernuda, Neruda, Darío, Hierro, Ángel González… pasé a ser un lector casi compulsivo de versos. Juró que me palpitaba el corazón con fuerza cuando me acercaba a las secciones de poesía de la librería o la biblioteca, que aquellos libros fueron el soporte sentimental de mis tristezas, que sus autores forman desde entonces parte de mí y que siento que me acompañan cada vez que escribo un verso o redacto una nota.

El destino quiso que años después, al inaugurase la Sala Miguel Hernández del Complejo Cultural San Francisco, fuera invitado a dar una conferencia sobre la vida y obra de aquel poeta alicantino.

Tantas horas les dediqué, que cuando pienso en ellos lo hago como el que recuerda a un amigo, a un compañero del ama que todavía revolotea alrededor de las aladas almas de las rosas.


martes, 7 de octubre de 2008

Una de agradecimientos

Es de bien nacidos ser agradecidos. Que desde un blog tan exitoso como el de Francis Acedo se haga un comentario a mi recién nacida bitácora, no deja de ser una estupenda sorpresa.

Le conocí una vez, cuando él era político (A mi me pasa una cosa curiosa con los políticos, no lo puedo evitar, recuerdo la película “Sueños de un seductor” de Woody Allen, en donde comentaba que tenía tendencia a criticar antes de que le criticaran, de esa forma se ahorraba disgustos, y a mi me pasa algo parecido, habitualmente miro a los políticos por encima del hombro antes de que ellos lo hagan conmigo) Estábamos corrigiendo una especie de oposición y él hizo un comentario sobre la sintaxis de una pregunta que yo había puesto: - ¡Qué sabrá este pájaro! - Pensé. Es evidente que estaba equivocado y ahora supongo que él debió pensar algo similar sobre mí.

Resulta que en el Periódico Extremadura, habían salido unos artículos muy minuciosos y documentados sobre diferentes rincones de la parte antigua, que yo imaginaba escritos por un historiador de bigote y bastón, me sorprendí al saber que los hacía aquel chico de los pantalones a rayas.

Luego le vi alejarse del Ayuntamiento por su propia voluntad. Eso ya denotaba estilo, abandonar un asiento por el que otros están dispuestos a vender lo invendible no lo hace cualquiera. El mismo Saponi, que no era brillante pero tampoco un necio, le despidió entre elogios y aplausos. El exconcejal abandonó el escaño y se marchó del Salón de Plenos como un torero, casi más vitoreado por el público que por su propia cuadrilla.

Jamás he vuelto a hablar con él.

Cuando comenzaron los artículos del periódico Avuelapluma, que él titula algo así como “La pluma y la espada” me resultaron empalagosos, había demasiada pluma y escasa espada. Pero el filo apareció y a alguno se le llenó para siempe la chaqueta de costurazos. Desde entonces siempre trato de hacerme con un ejemplar aunque sólo sea para leer su columna. (Por cierto esta semana no aparece por ningún lado, espero que se trate de una ausencia pasajera)

Llegué a su blog de casualidad, y me enganchó. Me sorprendió su capacidad para añadir entradas casi diarias, su heterodoxo contenido, pero sobre todo su sinceridad. Muchos, con su currículo, sólo se mezclarían con el populacho mecido sobre parihuelas, mientras que él no tiene ningún problema en mostrar abiertamente sus cicatrices. Eso lo hace grande.

A estas alturas de la película entenderéis que tenga una cierta simpatía por Francis Acedo. Y eso que a mi me gustan mucho más los héroes que los reyes, que pensaba que el carlismo era el partido en el que militaba Luís Escobar en su niñez, que las dinastías chinas me la traen al pairo, y que los Concilios Internacionales de la Orden de San Fortunato siempre me pillaron en la ciudad equivocada.

Grazie amico.

domingo, 5 de octubre de 2008

Los modelnos

Jamás usan chándal. Les gusta el negro. No son metrosexuales pero siempre van impolutamente desaliñados. Escuchan la música que tú no conoces. Desprecian las películas que te gustan y conocen la fecha de nacimiento del último premio Nadal. No les interesa la crisis, ni la meteorología, ni nada que suene vulgar. Están encantados de haberse conocido. Son políticamente incorrectos… y previsibles. Viven pendientes de la vanguardia como un operador de la bolsa. Forman camadas numerosas y distinguidas, y desde sus peñascos reparten pasteles y golosinas, sólo para paladares exquisitos. Antes muertos que sencillos. Desprecian de igual forma a la chusma por ignorante y al triunfador por vendido. Son muchos, pero forman círculos cerrados. Cada día están más estupendos... pese a la edad.

Desconocen lo efímero de su reinado.

martes, 30 de septiembre de 2008

Ciencias o letras

A lo largo de mi vida me he visto envuelto en esta dicotomía en numerosas ocasiones. Es como si algún ser supremo hubiera decidido dividir la humanidad en dos partes: los de ciencias y los de letras. Si te decides por una o por otra, debes de saber que acabas de marcar tu destino.

Nuestro sistema educativo te enfrenta a semejante dilema en plena adolescencia, cuando la mayoría no tiene aún clara su verdadera vocación, o es una vocación llena de falsos estereotipos.

Si a mí, con los años que ahora tengo, me preguntaran por ello tendría clara la respuesta, pero en aquel momento decidieron otros factores, unos criterios a los que yo, con el paso del tiempo, he ido desvistiendo de valor.

Es verdad que al final la cabra siempre tira al monte. Aunque terminé la carrera de informática, sin pasión, y acabé dedicando mi tiempo a este mundo cambiante, vertiginoso y hueco de los ordenadores, paralelamente me formé en clases esporádicas de crítica literaria, en tertulias poéticas y charlas filosóficas, rodeado de libros en donde la proporción entre la literatura y la programación estaba muy desequilibrada.

Siempre me acompañó la pregunta ¿Pero cómo tú, siendo informático?

A lo largo de mi vida me he cruzado con la incomprensión de quienes no entendían, ni valoraban que alguien dedicara parte de su tiempo a escribir, y los otros, que me consideraban un intruso en su mundo, una especie de mueble incómodo, que no sabían dónde colocar ni cómo tratar.

El resultado final es que no me siento ni de ciencias ni de letras, me paseo por las avenidas de uno y otro saber, sin reparar en prejuicios, y desde mi atalaya observo la ignorancia de muchos letrados incapaces de resolver una regla de tres o de manejar una hoja de cálculo, y la de muchas mentes matemáticas incapaces de escribir más de dos líneas, mínimamente coherentes, sin cometer faltas ortográficas.

En algún momento de mi vida tuve la suerte de conocer a personajes de otra época y educación: Fernando Bravo, Valeriano Gutiérrez Macias, Edmundo Costillo… con quienes me siento identificado, escritores ya fallecidos, que habían leído a Homero, a Cicerón, que sabían realizar un soneto, filosofar, pero también debatir sobre la hermosa forma de mostrar la física del matemático Paul Dirac.

Siempre he pensado que es preferible ser aprendiz de mucho y maestro de nada. No creo que sea bueno centrar la vida en analizar una sola materia; no me apasionan los expertos. Yo creo en la curiosidad, en la diversidad, en la experimentación y en la osadía. Creo que el hombre del renacimiento adquirió una visión del mundo singular, con muchos más matices y colores que las que pueda tener un, por ejemplo, profesor universitario absorbido por, y sólo por, su propia especialización.

sábado, 27 de septiembre de 2008

Adiós a un mito


¿Quién no ha querido alguna vez ser Paul Newman?

sábado, 20 de septiembre de 2008

Un auténtico fantasma


Tras la charla del otro día, a la que me refería en la entrada anterior de mi bitácora, me ha venido a la memoria el siguiente relato.

¿Habría algo más prodigioso que un auténtico fantasma? El inglés Johnson anheló, toda su vida, ver uno; pero no lo consiguió, aunque bajó a las bóvedas de las iglesias y golpeó féretros. ¡Pobre Johnson! ¿Nunca miró las marejadas de vida humana que amaba tanto? ¿No se miró siquiera a sí mismo? Johnson era un fantasma, un fantasma auténtico; un millón de fantasmas lo codeaban en las calles de Londres. Borremos la ilusión del Tiempo, compendiemos los sesenta años en tres minutos, ¿qué otra cosa era Johnson, qué otra cosa somos nosotros? ¿Acaso no somos espíritus que han tomado un cuerpo, una apariencia, y que luego se disuelven en aire y en invisibilidad?

Es de Thomas Carlyle (1795-1881), escritor escocés cuyo retrato encabeza esta entrada.

viernes, 19 de septiembre de 2008

Los triunfadores de la evolución

Esta noche tuve la oportunidad de acercarme hasta la Sala Clavellinas de Cáceres para asistir a una charla del profesor Eudald Carbonell sobre los descubrimientos realizados en la Sierra de Atapuerca, en Burgos.

Es un tema que me interesa, sobre todo desde que hace unos años tuve la oportunidad de asistir a unos talleres de prehistoria que se celebraban, precisamente, en esa zona de la sierra de Burgos.

He de decir que la sala se llenó por completo, que era uno de los temores, pero también que la charla resultó algo decepcionante por la brevedad. Fue el típico acto en el que las presentaciones, en mi opinión poco afortunadas, superaron en tiempo al de la charla en sí. Y eso nunca es bueno.

No obstante escuchar a un tipo como Eudald nunca te deja indiferente. Me sorprendió, por venir de quien venía, las reiteradas apelaciones a la posibilidad de nuestra próxima extinción como especie, alegando motivos climáticos, bélicos, inmunológicos o de simple colapso numérico.

Yo creo que el paleontólogo tiene una visión de nuestra existencia distinta a la que tenemos el resto de los mortales. Ellos son especialistas en analizar indicios que permitan comprender lo que sucedió en el pasado, y comprendiendo nuestro pasado es más fácil imaginar lo que puede pasar en el futuro. Pero, a lo que iba, intentemos hacer un ejercicio de abstracción. Imaginemos que regresamos a la tierra dentro de muchos millones de años, y nos proponemos analizar lo que quede de nuestro planeta. Supongamos que nuestra especie termina extinguiéndose en un periodo no demasiado largo de tiempo, pongamos menos de mil años, al fin y al cabo hasta hace poco tiempo el ser humano no era capaz de autodestruirse en masa, ahora sí. Si eso sucediera nuestro peso en la evolución sería de una pequeña franja de 1 o 2 millones de años. Una miseria en términos evolutivos.

Hace unos días leí que si se comprimiera el tiempo transcurrido desde que se inició la vida en la tierra a un solo año, resultaría que la vida se originó el 1 de Enero, los dinosaurios aparecieron el 5 de Diciembre y se extinguieron el 24 de Diciembre, y la especie humana llegó en los últimos minutos del día 31.

De manera que si, como comentaba el profesor Eduald, nuestra extinción acontece más pronto que tarde podemos obtener una curiosa conclusión: Desde el punto de vista evolutivo la inteligencia no era la mejor arma para triunfar.

Tal vez el éxito estaba en la quietud de los helechos, en el caparazón de las tortugas, o en el hecho de saber volar…

Puestos a imaginar, qué bonito sería que la próxima especie que dominase la tierra invirtiera más en sentimientos y algo menos en inteligencia.

lunes, 15 de septiembre de 2008

El primer día del colegio

El primer día del colegio huele a libros nuevos, a mochilas limpias, a zapatos sin rozaduras… huele a niño llorando agarrado a las faldas de la madre, a profesores nerviosos, a padres que entremezclan emociones y que no saben cuando despedirse…

Los amigos se reencuentran, los enemigos se disimulan, los enamorados se atisban tímidamente, los temores de la noche anterior se atenúan, todo resulta más sencillo, al fin y al cabo, frente a la claridad de la mañana.

Pronto los patios rebosarán de sus gritos, los balones aburridos volverán a rodar por el suelo, regresarán los deberes, las fiestas de cumpleaños, los abrigos, las prisas. Las paredes se tapizarán con el olor rosado de la niñez y quien sabe si mañana, tras una de las esquinas del colegio, se esconderá el primer enfado, el primer beso en la mejilla o el más soñado de los goles.

viernes, 12 de septiembre de 2008

El final del verano

Hoy el otoño se ha paseado por delante de mi casa, desempolvando chaquetas y dejando las aceras llenas de hojas, algunas de ellas todavía verdes, juguetes en las manos del viento. La temperatura ha bajado considerablemente. Yo no lo sabía, pero ahora que lo pienso, me pareció ver la otra tarde, hacia el atardecer, la sombra del viejo verano que se despedía. Y con él las marchas en bicicleta, los paseos por el campo, las tardes de siesta, las risas de mis hijos y mis sobrinos chapoteando en el agua, las noches al raso contemplando las estrellas.

A mi no me supone ningún cambio especial el cambiar de año, pero he de reconocer que el final del verano marca un antes y un después en el devenir de las cosas: Un nuevo ciclo, un nuevo curso, nuevas pretensiones, nuevas promesas, nuevas ilusiones…
Pero también la sensación de que algo de ti se marcha tras él, algo difícil de explicar, como una invisible capa de nostalgia que te cubre y te hace parecer, irremediablemente, más viejo.

viernes, 5 de septiembre de 2008

La tumba de Morrison


Este verano estuve en París, era la segunda vez que iba. La primera fue hace ocho años, justo en la nochevieja del año 2000, mi mujer estaba entonces embarazada de mi primer hijo. Estuvimos una semana recorriendo la Ciudad de la Luz, y reservé un día para acudir al cementero de Pere Lechaise para visitar la tumba de Jim Morrison. Desgraciadamente aquella visita coincidió con una tempestad que había recorrido el centro de Europa, había derribado árboles y había obligado a cerrar muchos monumentos, entre ellos el cementerio en donde estaba enterrado El Rey Lagarto. Me quedé con las ganas.

Este año fue distinto.

Sí, ya lo sé. En París están enterrados personajes más ilustres a los que visitar, en el caso de que alguien, como me sucede a mí, encuentre atractivo el hecho de recorrer tumbas. Ya sé que en Pere Lechaise, sin ir más lejos, está enterrado Oscar Wilde, y mi admirado Marcel Proust, pero ¿qué queréis que os diga? Hay razones que no se entienden, ni se explican, ni se motivan. Jim Morrison era un tipo especial.

Mi hijo me preguntaba el motivo por el que íbamos a ver esa tumba. - ¿Sabes? – le respondía – en cada uno de nosotros conviven varias personalidades, hay una parte en mi escondida, que es un espíritu libre, radical, salvaje. Es alguien a quien apenas permito que se exprese, pero que está ahí, y yo lo sé. A esa parte de mí sólo le interesan los tipos como Jim Morrison. Yo fui aquella mañana a ese cementerio sólo para complacer a mi lado oscuro.

Desde un punto de vista más racional, los Doors están demasiado sobrevalorados, la vida de Jim fue un suicidio lento, su cadáver joven, aunque avejentado, su mejor pasaporte a la gloria.
La tumba no era como yo recordaba de algunos recortes, era un simple cuadrado de piedra con su nombre y una frase debajo que no recuerdo bien. Estaba rodeada por una verja que impedía acercarse demasiado, sobre su tumba había restos de porros, cigarrillos, púas de guitarra, colgantes, amuletos… yo mismo contribuí a la degradación del sitio lanzando la pulsera vieja de mi reloj… a mi alrededor tipos bizarros que brindaban al aire, chicas lánguidas suspirando por un amor ya imposible y alguna lágrima etílica reluciendo al cielo de París.
Metro y medio más abajo, la calavera de Morrisón, ajena a tanta expectación, se divertía jugando a los dados con nuestras sombras.

miércoles, 27 de agosto de 2008

Durante los dos últimos años he estado escribiendo una novela. Durante este tiempo mis pensamientos, que habitualmente suelen rondar por lugares alejados de donde se ubica mi persona, se han centrado en un personaje y en una historia concreta. He ido a trabajar imaginando diálogos en mi cabeza, me he adormecido por las noches entremezclando tramas, me he reído, me he emocionado y me he sorprendido a mi mismo dando saltos de alegría.

El que imagina la trama tiene claro lo que quiere contar, primero sucederá A, después sucederá B y por último sucederá C. Pero una cosa es el imaginador y otra cosa es el escritor; cuando este último entra en acción, la cosa se complica. Resulta que para llegar desde A hasta B, hay que hacer un largo recorrido, no siempre grato, casi siempre difícil, en ocasiones poco agradecido. El imaginador aprovecha cualquier resquicio para seguir desarrollando el nudo y el escritor, sigue a la zaga, tratando de cumplir con su cometido de la manera más digna posible. A veces el resultado es decepcionante, pero en ocasiones la realidad supera la ficción.

Ahora, que el trabajo está cumplido, llega el momento de la incertidumbre. En esto también el escritor es distinto. Teme no haber estado a la altura, teme a la crítica, teme la indiferencia, el fracaso…

El imaginador, por su parte, suele ser optimista por naturaleza. ¿Qué sé yo lo que se le estará pasando ahora mismo por la cabeza? Cualquier disparate, cualquier recompensa adornada con el olor a la gloria y al éxito.

Construir castillos en el aire es como escribir en la superficie de un lago, no sirve para nada… pero yo, que soy el escritor cansado y, sobre todo, el imaginador desbocado, a día de hoy me siento en medio de la corriente y me dejo llevar por los laureles de los sueños.

martes, 19 de agosto de 2008

¿Por dónde empezar? ¿Y por qué empezar ahora?

Llego ya tan tarde que muchos de los autores de blog que he seguido han fallecido, si no tal vez ellos, sí sus palabras.

Dubitativo, sin saber muy bien si esto vale para algo, más allá de hacerme (o haceros) perder el tiempo, me asomo a este mirador y arrojó una piedra al lago… ¿Hay alguien ahí?