miércoles, 29 de octubre de 2008

Noviembre

El viento, que durante todo el día ha agitado las hojas de los árboles hasta partirlas y ha llenado las calles de paraguas rotos, ha sido su tarjeta de presentación. Noviembre no es un mes cualquiera, es un mes rudo y melancólico al mismo tiempo.

Noviembre atesora para mí la imagen de un mes indómito, que se adueña de las calles y nos expulsa al refugio de las chimeneas y los calefactores.
(Mientras escribo, me vienen a la memoria unos versos de Bernardo Atxaga, que recitaba Loquillo en uno de sus discos, y que sirven de contrapeso para lo que quiero expresar, permítaseme la pausa:

Veo que Septiembre,
El de los rojos helechales,
Deplora su materia.
Que hubiera preferido ser
Sólo nieve, inmensidad y lobos. )



Noviembre comienza festejando a los muertos, azuzando a las ánimas a salir a nuestro encuentro. Para muchos la noche de difuntos es la noche del Juan Tenorio, pero para mi ha sido siempre la noche de Bécquer, como una tradición íntima me recuerdo desde muy joven releyendo El Miserere, o El monte de las ánimas, en una edición antigua, con ilustraciones alargadas de calaveras andantes y peregrinos asustados. (Tan alejada de esa pamplina de halloween que nos quieren imponer)

Los cementerios, fascinante escaparate de nuestra fragilidad, se pueblan en Noviembre de flores renovadas. Las tardes aparecen tímidas y se retiran pronto; el sol nunca llega a subir del todo. Los campos, hasta hace escasas semanas, eriales amarillos, comienzan a verdeguear y los arroyos retoman sus cauces con aguas nuevas. Pronto las cumbres de Gredos se llenarán de nieve, y el aire frío hará aún más apetecible envolverse en la cama, bajo dos grandes mantas a la vera de un libro.

Por todo ello, porque además nací durante un diez de noviembre de hace algunos años, y porque me identifico con su carácter, entenderéis que a veces me sienta como un jara solitaria brotando bajo las lunas frías de Noviembre.

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