Esta noche tuve la oportunidad de acercarme hasta la Sala Clavellinas de Cáceres para asistir a una charla del profesor Eudald Carbonell sobre los descubrimientos realizados en la Sierra de Atapuerca, en Burgos.
Es un tema que me interesa, sobre todo desde que hace unos años tuve la oportunidad de asistir a unos talleres de prehistoria que se celebraban, precisamente, en esa zona de la sierra de Burgos.
He de decir que la sala se llenó por completo, que era uno de los temores, pero también que la charla resultó algo decepcionante por la brevedad. Fue el típico acto en el que las presentaciones, en mi opinión poco afortunadas, superaron en tiempo al de la charla en sí. Y eso nunca es bueno.
No obstante escuchar a un tipo como Eudald nunca te deja indiferente. Me sorprendió, por venir de quien venía, las reiteradas apelaciones a la posibilidad de nuestra próxima extinción como especie, alegando motivos climáticos, bélicos, inmunológicos o de simple colapso numérico.
Yo creo que el paleontólogo tiene una visión de nuestra existencia distinta a la que tenemos el resto de los mortales. Ellos son especialistas en analizar indicios que permitan comprender lo que sucedió en el pasado, y comprendiendo nuestro pasado es más fácil imaginar lo que puede pasar en el futuro. Pero, a lo que iba, intentemos hacer un ejercicio de abstracción. Imaginemos que regresamos a la tierra dentro de muchos millones de años, y nos proponemos analizar lo que quede de nuestro planeta. Supongamos que nuestra especie termina extinguiéndose en un periodo no demasiado largo de tiempo, pongamos menos de mil años, al fin y al cabo hasta hace poco tiempo el ser humano no era capaz de autodestruirse en masa, ahora sí. Si eso sucediera nuestro peso en la evolución sería de una pequeña franja de 1 o 2 millones de años. Una miseria en términos evolutivos.
Hace unos días leí que si se comprimiera el tiempo transcurrido desde que se inició la vida en la tierra a un solo año, resultaría que la vida se originó el 1 de Enero, los dinosaurios aparecieron el 5 de Diciembre y se extinguieron el 24 de Diciembre, y la especie humana llegó en los últimos minutos del día 31.
De manera que si, como comentaba el profesor Eduald, nuestra extinción acontece más pronto que tarde podemos obtener una curiosa conclusión: Desde el punto de vista evolutivo la inteligencia no era la mejor arma para triunfar.
Tal vez el éxito estaba en la quietud de los helechos, en el caparazón de las tortugas, o en el hecho de saber volar…
Puestos a imaginar, qué bonito sería que la próxima especie que dominase la tierra invirtiera más en sentimientos y algo menos en inteligencia.
Es un tema que me interesa, sobre todo desde que hace unos años tuve la oportunidad de asistir a unos talleres de prehistoria que se celebraban, precisamente, en esa zona de la sierra de Burgos.
He de decir que la sala se llenó por completo, que era uno de los temores, pero también que la charla resultó algo decepcionante por la brevedad. Fue el típico acto en el que las presentaciones, en mi opinión poco afortunadas, superaron en tiempo al de la charla en sí. Y eso nunca es bueno.
No obstante escuchar a un tipo como Eudald nunca te deja indiferente. Me sorprendió, por venir de quien venía, las reiteradas apelaciones a la posibilidad de nuestra próxima extinción como especie, alegando motivos climáticos, bélicos, inmunológicos o de simple colapso numérico.
Yo creo que el paleontólogo tiene una visión de nuestra existencia distinta a la que tenemos el resto de los mortales. Ellos son especialistas en analizar indicios que permitan comprender lo que sucedió en el pasado, y comprendiendo nuestro pasado es más fácil imaginar lo que puede pasar en el futuro. Pero, a lo que iba, intentemos hacer un ejercicio de abstracción. Imaginemos que regresamos a la tierra dentro de muchos millones de años, y nos proponemos analizar lo que quede de nuestro planeta. Supongamos que nuestra especie termina extinguiéndose en un periodo no demasiado largo de tiempo, pongamos menos de mil años, al fin y al cabo hasta hace poco tiempo el ser humano no era capaz de autodestruirse en masa, ahora sí. Si eso sucediera nuestro peso en la evolución sería de una pequeña franja de 1 o 2 millones de años. Una miseria en términos evolutivos.
Hace unos días leí que si se comprimiera el tiempo transcurrido desde que se inició la vida en la tierra a un solo año, resultaría que la vida se originó el 1 de Enero, los dinosaurios aparecieron el 5 de Diciembre y se extinguieron el 24 de Diciembre, y la especie humana llegó en los últimos minutos del día 31.
De manera que si, como comentaba el profesor Eduald, nuestra extinción acontece más pronto que tarde podemos obtener una curiosa conclusión: Desde el punto de vista evolutivo la inteligencia no era la mejor arma para triunfar.
Tal vez el éxito estaba en la quietud de los helechos, en el caparazón de las tortugas, o en el hecho de saber volar…
Puestos a imaginar, qué bonito sería que la próxima especie que dominase la tierra invirtiera más en sentimientos y algo menos en inteligencia.
3 comentarios:
Y como colofón, en la última milésima de segundo del último minuto de ese día 31, algún desgraciado inventó la informática!!!
En mi próxima vida seré poeta...
No había leído tu blog. Me gusta.
Sigo dándole vueltas a lo que expuso el profesor Carbonell la otra tarde, desconozco si es bueno promulgar este tipo de venideros catastrofismos pero hilando una cosa con otra concluyo que puede ser posible. Un ejemplo, existen estudios que demuestran como es la llamada "pisada medioambiental" de un ciudadano canadiense, si todo el mundo pisase como pisa un canadiense medioambientalmente hablando no necesitaríamos un planeta, sino que necesitaríamos CINCO, qué ocurrirá cuando los chinos empiecen a pisar como los canadienses y los indios y tantos otros, tenemos los mismos derechos todos a pisar igual, preocupante.
Créeme, Diana, si te digo que ni el poeta está a salvo de la informática.
Uno de los problemas Ismael, es que cuando los chinos, los indios y el resto de pueblos emergentes, se abracen al consumismo, como sucederá más pronto que tarde, a nosotros nos encontrarán viejos, agotados, aburridos de mirarnos al ombligo, incapaces de competir con ellos.
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