Pasadas las fiestas es el momento de volver a mirar a nuestro alrededor sin los ojos azucarados de la Navidad. Y el panorama es desolador.
En el terreno cercano la crisis económica va ganando poco a poco más protagonismo, me gustaría extenderme en este asunto en otro momento, pero vaya por delante mi pesimismo absoluto y la percepción del drama general que podemos presenciar a corto plazo.
En el exterior la visión no es mucho mejor, el efecto esperanzador que provocó la elección de Obama va poco a poco debilitándose. Sus apreciaciones sobre el conflicto Árabe-Israelí siguen sonando a más de lo mismo. Y hoy por hoy, sólo Estados Unidos pueden poner freno a esa espiral de odio.
El pueblo judío, no creo que nadie lo ponga en duda, arrastra tras de si una fama de pueblo conflictivo que no deja de resultar sorprendente. El hecho de ser un pueblo errante, sin una patria concreta, agrupados en concentraciones más o menos numerosas, practicantes de una religión distinta, empujados a ejercer de prestatarios (trabajos prohibidos para cristianos), a ejercer de recaudadores y banqueros, les hizo ser poco queridos para el resto de la población. Sumémosle a ello las injurias, mentiras y leyendas terribles asociadas a los judíos, que se han ido propagando con su destierro. Su mala fama está muy asentada en ciertos ambientes, no olvidemos las cospiraciones judeo masónicas de las que se hablaban en época franquista, o el termino peyorativo de judío que empleábamos, por ejemplo, cuando de pequeño alguien escupía a otro.
Me asombró ver un documental no hace mucho en donde se entrevistaba a un soldado alemán que trabajó en el campo de concentración de Auschwitz y en el que, a pesar del tiempo transcurrido y de la horrible masacre con la que contribuyó, todavía incidía en culpar a aquellos indefensos judíos de su suerte. ¿Qué tipo de rencor podía llevarle a un hombre a pensar así, aún después de trascurridos tantos años? Quiero decir con ello que el odio hacía los judíos, injustificable como lo es cualquier odio que incida sobre una comunidad, es algo constatable a lo largo de la historia.
Precisamente tras la segunda guerra mundial, las naciones intentan buscar una solución a la peregrinación constante del pueblo hebreo, para ello se fija la mirada en un territorio clave en la historia de los judíos desde hace más de 3000 años, se trata de Israel. El problema es que en ese lugar había ya otro pueblo viviendo, el pueblo palestino. El acuerdo se lleva a cabo en 1947 dividiendo Palestina en dos estados, uno de ellos judío. El resultado de esta acción, como no podía ser de otra forma, fue la creación de un conflicto que perdura hasta nuestros días.
¿Cómo podía sobrevivir un pequeño estado, como Israel, en medio de la hostilidad y el odio de todos los países que le rodean?: Con el poder de las armas.
Israel, apoyado por los Estados Unidos y otras potencias occidentales, ha formado uno de los ejércitos más profesionales y mejor preparados del mundo. Su población está perfectamente entrenada y mentalizada para la guerra. Su poderío militar en la región es tal que aún cuando en época del presidente egipcio Nasser se formó una gran coalición de países árabes para expulsar a los judíos de Israel, le bastaron sólo seis días para, no sólo derrotar a todos sus atacantes, sino para anexionarse algunos territorios más, entre ellos los territorios de Gaza y Cisjordania. Tal vez a partir de este momento la imagen de los judíos ante el mundo volvió a cambiar, las simpatías hacia una nación joven se transformaron en recelo hacia el poderoso.
Por su parte el papel de los habitantes árabes de la zona, no deja de ser humillante, expulsados de su territorio e incapaces militarmente de hacer frente a Israel, se vuelcan en la llamada guerra de los pobres, es decir, el terrorismo, o el lanzamiento de piedras contra los tanques: la llamada intifada.
Con la llegada del nuevo milenio la suerte no cambia. Se forman dos bandos antagónicos, por un lado se radicalizan los mandatarios judíos, dando entrada a personajes siniestros como Ariel Sharón, y en el bando árabe el partido político más próximo a las tesis de los terroristas se hace con el poder.
El conflicto permanece latente algunos años. Los judíos reciben durante varios meses, el impacto de numerosos cohetes, algunos caseros, en sus barrios residenciales, la respuesta israelí, desproporcionada, es arrojar misiles sobre la población palestina. Y digo desproporcionada porque el número de muertes de uno y otro bando así lo es, no porque las intenciones de uno y otro bando no sean las mismas: la destrucción del enemigo.
La situación, tal y como se ve desde fuera, es tremendamente compleja. Considero que las dos partes son a la vez víctimas y verdugos, pero el odio no hace más que sembrar odio. No es fácil solucionar un puzzle en el que las piezas no encajan, pero ahí es donde radica la clave de los grandes líderes, aquellos que son capaces de encontrar soluciones donde apenas las hay, de encontrar el diálogo entre las balas y el llanto.
Como no se solucionarán nunca las cosas, y parece mentira que algunos todavía no lo sepan, es enfrentando eternamente misiles contra cohetes.
En el terreno cercano la crisis económica va ganando poco a poco más protagonismo, me gustaría extenderme en este asunto en otro momento, pero vaya por delante mi pesimismo absoluto y la percepción del drama general que podemos presenciar a corto plazo.
En el exterior la visión no es mucho mejor, el efecto esperanzador que provocó la elección de Obama va poco a poco debilitándose. Sus apreciaciones sobre el conflicto Árabe-Israelí siguen sonando a más de lo mismo. Y hoy por hoy, sólo Estados Unidos pueden poner freno a esa espiral de odio.
El pueblo judío, no creo que nadie lo ponga en duda, arrastra tras de si una fama de pueblo conflictivo que no deja de resultar sorprendente. El hecho de ser un pueblo errante, sin una patria concreta, agrupados en concentraciones más o menos numerosas, practicantes de una religión distinta, empujados a ejercer de prestatarios (trabajos prohibidos para cristianos), a ejercer de recaudadores y banqueros, les hizo ser poco queridos para el resto de la población. Sumémosle a ello las injurias, mentiras y leyendas terribles asociadas a los judíos, que se han ido propagando con su destierro. Su mala fama está muy asentada en ciertos ambientes, no olvidemos las cospiraciones judeo masónicas de las que se hablaban en época franquista, o el termino peyorativo de judío que empleábamos, por ejemplo, cuando de pequeño alguien escupía a otro.
Me asombró ver un documental no hace mucho en donde se entrevistaba a un soldado alemán que trabajó en el campo de concentración de Auschwitz y en el que, a pesar del tiempo transcurrido y de la horrible masacre con la que contribuyó, todavía incidía en culpar a aquellos indefensos judíos de su suerte. ¿Qué tipo de rencor podía llevarle a un hombre a pensar así, aún después de trascurridos tantos años? Quiero decir con ello que el odio hacía los judíos, injustificable como lo es cualquier odio que incida sobre una comunidad, es algo constatable a lo largo de la historia.
Precisamente tras la segunda guerra mundial, las naciones intentan buscar una solución a la peregrinación constante del pueblo hebreo, para ello se fija la mirada en un territorio clave en la historia de los judíos desde hace más de 3000 años, se trata de Israel. El problema es que en ese lugar había ya otro pueblo viviendo, el pueblo palestino. El acuerdo se lleva a cabo en 1947 dividiendo Palestina en dos estados, uno de ellos judío. El resultado de esta acción, como no podía ser de otra forma, fue la creación de un conflicto que perdura hasta nuestros días.
¿Cómo podía sobrevivir un pequeño estado, como Israel, en medio de la hostilidad y el odio de todos los países que le rodean?: Con el poder de las armas.
Israel, apoyado por los Estados Unidos y otras potencias occidentales, ha formado uno de los ejércitos más profesionales y mejor preparados del mundo. Su población está perfectamente entrenada y mentalizada para la guerra. Su poderío militar en la región es tal que aún cuando en época del presidente egipcio Nasser se formó una gran coalición de países árabes para expulsar a los judíos de Israel, le bastaron sólo seis días para, no sólo derrotar a todos sus atacantes, sino para anexionarse algunos territorios más, entre ellos los territorios de Gaza y Cisjordania. Tal vez a partir de este momento la imagen de los judíos ante el mundo volvió a cambiar, las simpatías hacia una nación joven se transformaron en recelo hacia el poderoso.
Por su parte el papel de los habitantes árabes de la zona, no deja de ser humillante, expulsados de su territorio e incapaces militarmente de hacer frente a Israel, se vuelcan en la llamada guerra de los pobres, es decir, el terrorismo, o el lanzamiento de piedras contra los tanques: la llamada intifada.
Con la llegada del nuevo milenio la suerte no cambia. Se forman dos bandos antagónicos, por un lado se radicalizan los mandatarios judíos, dando entrada a personajes siniestros como Ariel Sharón, y en el bando árabe el partido político más próximo a las tesis de los terroristas se hace con el poder.
El conflicto permanece latente algunos años. Los judíos reciben durante varios meses, el impacto de numerosos cohetes, algunos caseros, en sus barrios residenciales, la respuesta israelí, desproporcionada, es arrojar misiles sobre la población palestina. Y digo desproporcionada porque el número de muertes de uno y otro bando así lo es, no porque las intenciones de uno y otro bando no sean las mismas: la destrucción del enemigo.
La situación, tal y como se ve desde fuera, es tremendamente compleja. Considero que las dos partes son a la vez víctimas y verdugos, pero el odio no hace más que sembrar odio. No es fácil solucionar un puzzle en el que las piezas no encajan, pero ahí es donde radica la clave de los grandes líderes, aquellos que son capaces de encontrar soluciones donde apenas las hay, de encontrar el diálogo entre las balas y el llanto.
Como no se solucionarán nunca las cosas, y parece mentira que algunos todavía no lo sepan, es enfrentando eternamente misiles contra cohetes.
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