Hoy estoy agotado, físicamente agotado.
Pertenezco a un club de montañismo de mi ciudad. Cuando se acerca la Navidad es una tradición colocar un Belén en la montaña más alta de Extremadura: el pico La Covacha, en la Sierra de Gredos. Es un recorrido muy exigente, de más de 20 kilómetros, y con un desnivel superior a los 1400 metros. Han sido casi nueve horas de dura caminata.
A mi me encanta el alpinismo, soy un asiduo lector de literatura montañera, desde que era adolescente y conocí los Pirineos caí en la fascinación por las alturas, entre mis ídolos se encuentran personajes como Reinhold Messner o el Duque de los Abruzos, me fascinan ese tipo de aventuras, su objetivo, aparentemente inútil, de alcanzar una cima, de probar los límites.
El año pasado conseguí llegar a La Covacha, colocamos el Belén, cantamos villancicos e incluso comimos polvorones en la cima. Pero este año las condiciones eran muy distintas, media España estaba con aviso de temporal, las temperaturas en mi ciudad apenas superaban los tres grados, y había estado lloviendo buena parte de la semana. El resultado ha sido una jornada realmente dura, con temperaturas que a menudo rondaban los 8 grados bajo cero, con mucha nieve y mucha ventisca. Del conjunto de personas que salimos, apenas 10 conseguimos llegar a lo alto de la montaña, si he de decir la verdad ha sido demasiado duro para disfrutarlo, demasiado arriesgado, a menudo me preguntaba si semejante esfuerzo valía en realidad la pena, o simplemente había caído en la tentación de mostrar, una vez más, la certeza de mis límites.
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Hace 23 horas
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