El fútbol es parecido a un gusanito que una vez que se mete dentro es muy difícil echarlo fuera.
Mi hijo tiene ocho años, es un chico brillante y sorprendente, pero no es de esos chicos que parece que nacieron con un balón pegado al pie, no es de esos que desde pequeños se erigieron en líderes del grupo y golpean la pelota en el recreo como un mayor, de esos que uno diría que aprendieron a regatear desde la cuna.
Este año le había prometido que lo inscribiría en un equipo de fútbol.
Hace algunos días le dieron una camiseta con el número nueve, y con su nombre escrito en la espalda con caracteres góticos. Tras algunas semanas de tanteamiento hoy era el día señalado. Hoy comenzaba la liga.
Cuando me desperté él ya estaba en pie, y en cuanto me descuidé se había vestido con la equipación y estaba dispuesto para el combate.
Le regalé unas espinilleras que coloqué con mimo sobre sus piernas delgadas, pero fuertes. En el pabellón, rebosante de padres y de críos, le ajusté los cordones de sus botas y le dejé libre como un pajarillo, dispuesto a imitar en el calentamiento los gestos de los futbolistas que ve por la tele.
El partido estaba igualado, la mayoría de los padres, conocedores de las cualidades de nuestros hijos, temíamos que el resultado pudiera ser deshonroso. Pero los chicos, sorprendentemente, se defendían.
Fue un balón rebotado, mi hijo había salido de delantero titular, y se escapaba, no diré a trompicones, en dirección al área contraria, el balón le iba botando y a unos cinco o seis metros de la portería, enganchó una bolea a media altura que se coló como una palomita en el fondo de la portería rival.
Yo también juego al fútbol, pero ni en el mejor de mis goles, he celebrado un tanto como el de esta mañana de mi hijo.
Al final terminaron perdiendo por dos goles a uno, pero yo llevo todo el día con el gol de mi hijo en la cabeza. Me sorprendo a mi mismo sonriendo y exclamando en bajo ¡¡Cómo definió mi pequeño!!Y se me agranda la sonrisa al recordar su mirada, inmensamente alegre, que me buscaba entre todos los padres, como para darme las gracias.
Mi hijo tiene ocho años, es un chico brillante y sorprendente, pero no es de esos chicos que parece que nacieron con un balón pegado al pie, no es de esos que desde pequeños se erigieron en líderes del grupo y golpean la pelota en el recreo como un mayor, de esos que uno diría que aprendieron a regatear desde la cuna.
Este año le había prometido que lo inscribiría en un equipo de fútbol.
Hace algunos días le dieron una camiseta con el número nueve, y con su nombre escrito en la espalda con caracteres góticos. Tras algunas semanas de tanteamiento hoy era el día señalado. Hoy comenzaba la liga.
Cuando me desperté él ya estaba en pie, y en cuanto me descuidé se había vestido con la equipación y estaba dispuesto para el combate.
Le regalé unas espinilleras que coloqué con mimo sobre sus piernas delgadas, pero fuertes. En el pabellón, rebosante de padres y de críos, le ajusté los cordones de sus botas y le dejé libre como un pajarillo, dispuesto a imitar en el calentamiento los gestos de los futbolistas que ve por la tele.
El partido estaba igualado, la mayoría de los padres, conocedores de las cualidades de nuestros hijos, temíamos que el resultado pudiera ser deshonroso. Pero los chicos, sorprendentemente, se defendían.
Fue un balón rebotado, mi hijo había salido de delantero titular, y se escapaba, no diré a trompicones, en dirección al área contraria, el balón le iba botando y a unos cinco o seis metros de la portería, enganchó una bolea a media altura que se coló como una palomita en el fondo de la portería rival.
Yo también juego al fútbol, pero ni en el mejor de mis goles, he celebrado un tanto como el de esta mañana de mi hijo.
Al final terminaron perdiendo por dos goles a uno, pero yo llevo todo el día con el gol de mi hijo en la cabeza. Me sorprendo a mi mismo sonriendo y exclamando en bajo ¡¡Cómo definió mi pequeño!!Y se me agranda la sonrisa al recordar su mirada, inmensamente alegre, que me buscaba entre todos los padres, como para darme las gracias.
1 comentario:
me alegro mucho de haber descubierto este mirador y leer cosas desde el corazón. Me emocionó este gol tan bien contado.
Un abrazo desde las gradas.
Hilario
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