domingo, 26 de abril de 2009

Justificando ausencias

Pido disculpas por las dos semanas que he estado ausente de mi bitácora. Cuando lo inicié, allá por agosto del año pasado, me planteaba un mínimo de una entrada semanal, esta semana no he podido cumplir como Dios manda. Sin que sirva de excusa debo decir que he tenido una semana de lo más atareado. Recibí el lunes pasado las penúltimas (nunca se puede decir últimas) correcciones de mi libro. Se acerca el momento de la edición y es necesario dejar todos los cabos atados. Me duelen los ojos de tanto releer.

Esta semana se está celebrando la feria del libro en mi ciudad. Es verdad que Cáceres a partir de ahora encadena una serie de semanas en la que la ciudad bulle culturalmente. Lástima que el resto del año, ocurra lo contrario.

La primera vez que hablé con mi editor, nos planteábamos realizar la presentación del libro en la feria, es evidente que no hemos llegado a tiempo. No me importa, creo que presentar un libro que todavía nadie ha leído no es la mejor forma de acercarse al público. Otra cosa es que el libro o el autor ya tenga un recorrido largo. El jueves asistí a la presentación de “El caballero de Alcántara”, se Sánchez Adalid, me asustó contemplar la gran cantidad de público que arrastra este magnífico escritor. Me gustó su forma de expresarse y la tranquilidad con la que exponía sus ideas. Era claro, conciso, brillante y breve. Un buen maestro.

Por si fuera poco me adentré en la realización de un nuevo blog, esta vez un blog familiar (tengo 18 primos) y privado, en el que aportar las fotografías, historias y leyendas de mi familia paterna. He de decir que ha sido todo un éxito, creo que en una semana ha tenido más acceso que el mío en meses.

Pero qué quieren que les diga: “El mirador de Jaralunas”, aunque sea un mirador solitario, sigue siendo mi mirador.

martes, 14 de abril de 2009

No soy monárquico

Para mí éste es un asunto claro desde la adolescencia. Hay otros planteamientos que el paso de los años ha ido modelando en mi conciencia, pero desde luego no el asunto de la monarquía. Porque yo no soy monárquico, no lo he sido nunca. No tengo simpatías hacia el Rey Juan Carlos, no sobrevaloro su figura, ni su forma de acceder al cargo, ni su formación, ni la trascendencia de sus actos durante las tres décadas largas de democracia. Creo que en una sociedad moderna no tiene cabida la figura de un monarca. Creo que carece de sentido pensar que una cualidad pueda ser heredada de una generación a otra. No dudo de la formación del príncipe Felipe, ni de sus buenas intenciones, lo que no comparto es que aunque no tuviera esa formación, ni esas buenas intenciones, sería igualmente el heredero de la corona, es decir el futuro Jefe del Estado. Eso sería inasumible en cualquier otro ámbito social, empresarial o político.

Los reyes antiguos, que capitaneaban las tropas, tomaban decisiones transcendentales y se jugaban su cargo, o incluso su vida, en cada una de ellas, eran otra cosa. Algo más parecido a un héroe. Pero éstos que vinieron después, en poco se parecían a sus antecesores y no en pocas ocasiones vendieron a la patria por permanecer en el trono.

No creo en los privilegios de cuna, creo que todos los individuos que nacen han de tener los mismos derechos, y que debe ascender aquel que tenga más cualidades y lo merezca. La historia está repleta de ejemplos que destruyen el mito de los linajes, me resulta anacrónico plantear la antigüedad de las familias, o la pureza de la sangre. Todos somos igual de antiguos y nuestra sangre es una mezcla de muchas sangres, afortunadamente.

El heredero del rey puede ser un buen rey, o no serlo. Ésa es la cuestión. Porque el cargo de monarca no se reelige, ni caduca.

Si me dan a elegir yo diría como Conan Doyle: prefiero que me gobiernen los héroes.

martes, 7 de abril de 2009

La Semana Triste

Durante estos días de Pascua se produce una curiosa paradoja: mientras a todos los niveles es constatable que los asuntos religiosos cada vez van a menos, la Semana Santa cada vez va a más. El recuerdo que yo tengo de estas fiestas cuando era pequeño, en nada se parece a la imagen sobredimensionada de la Semana Santa actual. Cada año son más los pasos que recorren las calles, más el lujo de las andas, más variadas y numerosas las bandas que acompañan los pasos, más solemnes y lustrosos los portadores.

No es ningún secreto que muchos de los hermanos cofrades viven estas celebraciones con absoluto fervor y fe, pero también es cierto que algunos no pisan una Iglesia ni colaboran en causa solidaria alguna, sin embargo ahí están con sus túnicas planchadas, su porte orgulloso y sus gafas de sol. No seré yo, no obstante, quién critique esos comportamientos, allá cada cual con su forma de entender la religión.

Tampoco entiendo bien ese empeño continuo por mostrar imágenes de dolor y sufrimiento. Como si la figura de Cristo y de la Virgen se redujera al momento fatal de Su muerte. Los capuchones, las velas, el silencio, las lágrimas… Todo tan triste, tan lúgubre…

Yo creo que el mensaje de Jesús nunca fue triste, que su muerte fue terrible, como la de las miles de personas que en esa época eran crucificadas, pero que su ejemplo, con el que yo me quedo, tiene mucho más que ver con el perdón y el respeto a los demás, que con la corona de espinas.

Puestos a pensar en Cristo, prefiero imaginármelo jugando con unos niños o dialogando alegre con sus amigos o sanando enfermos, antes que crucificado y triste por las calles.