martes, 12 de mayo de 2009

Hasta siempre, Antonio.


La música ha estado siempre presente a lo largo de mi vida, de una manera estrecha ha ido adornando cada uno de los pasos que he recorrido. Igual que con el olor, la música tiene la capacidad de remontar los recuerdos a lugares, a personas y a momentos que he vivido.

Hoy ha muerto Antonio Vega, ese cantante que arrastraba tras de si las hojas de la nostalgia, caminando con su guitarra en una mano y la muerte en la otra.

No era demasiado fan de Nacha Pop, pero recuerdo, allá por el año 1991 un concierto en Radio 3 de Antonio Vega, que grabé en mi viejo casete y que fue un absoluto descubrimiento. Aún no había sacado su primer disco en solitario y aquellas canciones inéditas me acompañaron intensamente durante muchos meses, con el regusto añadido de paladear lo desconocido; nunca me gustaron las canciones manoseadas.

Aquellos meses concerté con la que ahora es mi mujer, una de nuestras primeras citas. Para ella yo era entonces aquel chico alto que le había prestado una bolsa repleta de cintas de música, hasta el punto de que me llamaba: “el chico de las cintas”. Mi objetivo era enamorarla musicalmente, y organicé un viaje con el coche de mi padre, al lugar que, por aquel entonces, me resultaba más fascinante: la ciudad de Marvao, en Portugal.

Ella no iba suficientemente segura, por lo que se hizo acompañar de una de sus mejores amigas, y así marchamos los tres, una mañana de sábado, hacia las tierras del Alentejo con mis cintas de casete resonando en el viejo coche y reservando, para el momento adecuado, aquella grabación de Antonio Vega.

Aquel viaje no resultó tan especial como yo hubiera deseado, tardaría aún años en convencer, a aquella chica morena y tremendamente guapa, de que se convirtiera en mi mujer.

Entre medias, aún tuvimos la oportunidad de acudir juntos al Gran Teatro, a ver a aquel cantante desmejorado y frágil, acariciando su guitarra como un ángel triste.

Hoy, cuando me enteré de la muerte de Antonio Vega, sentí de verdad un escalofrío, y un nudo en la garganta. De repente empezó a resonar en mi cabeza una canción suya, y pude ver mi imagen, en aquel Kadett gris oscuro de mi padre, repleta mi cabeza de pájaros y de ilusiones, camino de Portugal junto a aquellas dos chicas… de ayer.

Y lloré.



1 comentario:

Anónimo dijo...

Leyendo tus palabras me avergüenza la estupidez de mi comportamiento en esos tiempos en los que una no miraba más allá de su ombligo. Me alegra que tu obstinada paciencia y sensibilidad, al final no sólo consiguieran enamorarme, sino que hoy, para mi, es un placer caminar junto a ti al son de un buen puñado de canciones de ayer y de siempre.