lunes, 4 de mayo de 2009

Cosas intrascendentes


Hoy mi hijo ha cumplido 9 años. Me parece mentira lo pronto que pasa el tiempo, hace pocos años no era más que un bebé rubio y sonriente, que ocupaba el espacio entre mi mentón y mi ombligo, ahora…

Mi hijo nació cuando yo tenía 29 años. Lo suficiente como para tener todavía mi propia infancia muy presente. Por eso me sorprende ver que muchas de las cosas que yo hacía de niño ya no se hacen. Eso de estar todo el día en la calle, jugar al fútbol en la carretera, cazar tarántulas, encender hogueras, jugar a los bolindres, a las chapas… parecen asuntos de otro tiempo. No digo que mi infancia fuera mejor ni peor, lo que digo es que era distinta.

La figura del padre, por ejemplo. Yo apenas recuerdo jugar con mi padre de pequeño, es más, apenas recuerdo a ningún padre jugando con sus hijos por la calle. Ahora los padres nos hemos transformado en muchos casos en un amigo más de nuestros hijos. Salimos a montar en bicicleta juntos, jugamos al fútbol juntos y hacemos aventuras juntos. No me quejo, he de decir que lo pasamos fenomenal, sólo constato la diferencia.

Hoy, sin ir más lejos, hemos estado en el pueblo de mi mujer. En una pared de piedra se escondían decenas de arañas, de esas que realizan sus nidos en las oquedades. Cuando yo era pequeño nos divertíamos arrojando hormigas a esos agujeros, hasta que la araña salía y en un movimiento rapidísimo, cazaba a la hormiga y se la llevaba hacia dentro (otras veces colocábamos petardos para ver que pasaba). Me dí cuenta de que mi hijo, en sus nueve años, nunca había presenciado semejante ritual y le llamé. Cogimos una hormiga del suelo y la depositamos en la red de la araña. En un momento salió el terrible insecto y se apoderó de la hormiga. Tanto mi hijo, como mi hija que también andaba por allí, se quedaron con la boca abierta.

Sé que es un relato intrascendente, pero para mí el paso del tiempo siempre es un motivo de asombro. Cuando mis hijos echaron a correr para contarles a todos lo que había pasado, yo me sorprendí a mi mismo apesadumbrado por haber cometido la crueldad de poner al alcance de aquella araña, a la indefensa hormiga. Cuando era niño este pensamiento ni se me hubiera pasado por la cabeza.

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