domingo, 15 de febrero de 2009

La gloria


Hace unos años me invitaron a visitar el almacén en donde se amontonan los libros editados por la Diputación Provincial de Cáceres y desechados por diversas causas, huérfanos de lectores. Aquella sucesión de ejemplares, de entre los que mi primer libro de poesía formaba parte, era como un triste monumento a la lectura, como una sucesión de libros melancólicos. La humedad, el polvo y el olvido, eran los únicos compañeros de aquellas hojas. ¡Qué tristeza para sus autores pensar que el resultado de su inspiración, de su investigación, de sus desvelos, de sus ilusiones era aquel almacén desvencijado!

Durante la visita tuve a mi alcance muchos libros sobresalientes, pero yo iba a la búsqueda de unos en especial, hace años llegaron a mis manos ejemplares antiguos de la Revista Alcántara y sabía que en aquella nave debían refugiarse algunos números olvidados. No me fue difícil localizarlos. En realidad aquella revista, no tenía el formato típico de una revista sino más bien de un libro pequeño, en donde se hablaba de literatura, de historia, de pensamiento, de Extremadura… con el particular estilo y la forma de entender la cultura de mediados del pasado siglo.

(Hace años, en tiempos en los que la revista era dirigida por Marcelino Cardalliaguet, tuve la suerte de ser colaborador habitual de esta publicación, durante más de 5 años realicé la crónica cultural y en ocasiones participé con mis poemas o con el contenido de alguna esporádica conferencia, aunque soy consciente de que para entonces la revista ya no era lo que fue)

Releyendo uno de aquellos números antiguos, un escultor, ya fallecido pero todavía reconocible, hablaba con otro compañero sobre el hecho de que a través de sus obras habían alcanzado la gloria.

Tendría que haber hablado con él para saber cuál era su concepto de gloria, pero si realmente la gloria significaba para ellos algo así como el reconocimiento sino eterno si al menos de las generaciones venideras, debería decirles que se equivocaron.

Recuerdo leer algo parecido en una entrevista que le hicieron al escritor Francisco Umbral, en donde el empalagoso entrevistador le preguntaba: ¿Cómo ve el mundo alguien que, como usted, ha alcanzado la gloria? – y el escritor respondía complacido, que lo veía de tal o cual manera.

Pero el tiempo pasa, y la gloria no respeta a casi nadie, no sabe de endiosamientos, es tan efímera que lo devora todo en cuestión de escasos años.

¿Qué pensará la calavera, en otro tiempo altanera, del escultor, al saber que se dirige inexorablemente a la fosa del olvido? ¿Qué pensaría Umbral si hubiera sabido que la misma mañana de su entierro, no sólo su féretro no fue llevado en un carro tirado por caballos camino del cementerio, como él esperaba, sino que las portadas de la mayoría de los periódicos fueron copadas por la de un joven jugador de fútbol del Sevilla llamado Antonio Puerta?

La gloria para ellos fue como la fulana que les prometía amor eterno y que a la mínima les dejó plantados en medio de la nada.

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