domingo, 27 de septiembre de 2009

¡Ponte el casco, no seas bruto!


Pues eso. Tengo moto desde hace más de 15 años, los últimos cuatro una Kawasaki de 500cc que pesa casi tres veces más de lo que peso yo. Aún así, reconozco que no soy un apasionado de las dos ruedas, e incluso que, con el paso de los años, cada vez encuentro más peligrosa su conducción. Y eso que no suelo correr y que intento ser lo más prudente posible. Ni qué decir tiene que tengo un buen casco y que siempre lo llevo bien sujeto. Me parece una temeridad y una solemne tontería no llevar casco, o llevar un mal casco, o no llevarlo convenientemente atado, o llevar un casco con el único objetivo de evitar una multa.

No es cuestión de rebeldía, el casco te puede salvar la vida y para ser rebelde hay mil causas más interesentes por las que apostar.

Digo todo esto porque ayer salí con mi hijo a montar en bicicleta, pretendíamos dar una vuelta alrededor de la Ronda Norte de mi ciudad que, para los que no seáis de Cáceres, es un carril-bici de algo más de doce kilómetros de longitud. Cuando íbamos por la mitad del recorrido, al bajar una cuesta, un bolardo de los que se utilizan para evitar que circulen coches por el carril, se cruzó en el camino de mi hijo, que no lo vio y saltó por lo aires como una marioneta. Pude ver como caía. Cuando llegué hasta él, sangraba por la cara, por el hombro y por las rodillas. Traté de tranquilizarle y de tranquilizarme, llamé a mi suegro y juntos nos fuimos al hospital. Afortunadamente todo, como se suele decir, quedó en un susto. Hoy se levantó con un raspón bastante feo en la mejilla y el cuerpo dolorido y magullado. Hay una imagen, no obstante, que no se me va de la cabeza: el casco, su pequeño casco azul de bicicleta, con pegatinas de tiburones, estaba roto y presentaba un fuerte golpe en el frontal. No quiero ni pensar lo que hubiera pasado si mi hijo no lo hubiera llevado puesto. Por eso, como homenaje a ese bendito casco que protegió su cabeza, lanzo esta entrada a mi mirador, como recordatorio de lo frágiles que somos.

lunes, 21 de septiembre de 2009

Política mente




Me opongo porque sí, porque lo dices tú que eres del otro partido. Si lo dijera mi partido estaría a favor, independientemente de lo que pensara. Soy político, me va la vida en ello: las cenas, los viajes, las dietas, las influencias... Salgo con mi mujer y parezco un marqués, algunos me saludan por la calle, noto como los vecinos me sonríen (aunque a mis espaldas me calumnien), me piden consejo, me escuchan, me hacen sentir importante mientras les hablo.

No haré nada que vaya contra mi propio destino, seré cauto, permaneceré impávido hasta salir en la foto. En todas las fotos. Si mejorando mi interés se mejora el interés general, me alegraré, pero no será condición necesaria.

Por las mañanas, mientras me ajusto el nudo de la corbata, sonreiré pensando en ti. Me gusta saber que eres ingenuo.

¿La ideología, La democracia? ¿De qué diablos hablas?… Esto siempre ha sido así.

No hay esperanza.

sábado, 5 de septiembre de 2009

Un año ya

Sí, hoy hace un año que, con toda la ilusión del mundo, agarré mi moto, mi novela, cuidadosamente encuadernada con canutillos, y me acerqué a Mérida.
El día estaba medio lluvioso, hacía algo de frío. El editor, Álvaro Valverde, con quien había concertado la entrevista, me esperaba en la sede de la Editora Regional. Aparqué la moto frente a una tienda de ropa y busqué el edificio que me indicaron. No me resultó fácil.
Nunca me consideré un tipo nervioso, pero mentiría si no dijera que me castañeaban los dientes cuando entré en la recepción.
Álvaro fue muy amable y cercano conmigo, más de lo que imaginaba. Uno está habituado a las distancias que se interponen desde los balcones de la intelectualidad y a veces se coloca el parche antes de la herida. En este caso no hubo lugar. Cuando le estreché la mano al irme, ya cargado de optimismo, no imaginaba, ni creo que lo imaginara él, que sólo unos días más tardes sería apartado de su cargo por razones que a mi se me escapan.
Un año después, en vísperas de presentar mi libro en sociedad, tengo sentimientos encontrados, como si la felicidad y el miedo, la confianza y la responsabilidad se entremezclaran en mi mente hasta hacerla bullir. Y eso me cansa.
Invitado con el objetivo de hacer una especie de promoción previa, esta noche he acudido a la entrega de los premios Extremadura a la creación. Hacía mucho tiempo que no acudía a un acto de este tipo, donde suele abundar mucho más la presencia de políticos que la de verdaderos creadores artísticos (más necesitados de sosiego, de soledad y silencios).
No obstante me parece necesario que desde la comunidad se premie a figuras que han trabajado por mejorar nuestra cultura. Este es el caso de José Miguel Santiago Castelo, subdirector de ABC y alguien que desde su atalaya no duda en promocionar todo lo que tenga que ver con Extremadura. Tuve oportunidad de agradecerle la reseña de mi novela que apareció en su periódico hace unos días y sus palabras de aliento. Me encantó además escuchar al escritor portugués Antonio Lobo Antunes improvisar un discurso, breve pero cargado de sensibilidad, con el que dio las gracias.
Fue también interesante el discurso de Guillermo Fernández Vara, el Presidente de la Junta de Extremadura, hablando de la necesidad de potenciar nuestros valores como pueblo, para intentar construir una sociedad que, sino rica en dinero, al menos lo sea en cultura. Amén. Bonito consuelo, ser pobres pero cultos. Que conste que no es una mala inversión. Esperemos que las palabras no se las lleve el viento.