I don't drink coffee, I drink tea my dear, decía sting en una de sus canciones más conocidas. Emulando al famoso Englishman yo nunca bebo café, solo te. Y no lo hago por esnobismo, ni por hacerme el interesante, simplemente me pasa que tengo un paladar poco educado.
No me gusta la cerveza, ni el vino, ni el whisky, ni el café… soy un bebedor analfabeto. Y bien que me pesa. Hace poco, en mi viaje a Escocia, visitamos alguna destilería y recuerdo especialmente el deleite con el que el orondo guía nos relataba cada uno de los diferentes tipos de licor que se almacenaban. No era difícil imaginarle sentado frente a su chimenea releyendo el periódico con uno de aquellos whiskys en su mano, mientras la lluvia arreciaba fuera. A mi nunca me pasará eso, y lo digo con nostalgia.
La culpa, no obstante, no es más que mía. Me rendí demasiado pronto a esos sabores y ahora…, si acudo con mi mujer a un restaurante no se me ocurre pedir otra cosa mejor que agua. Si me regalan botellas caras, yo las malgasto cocinando algún pescado, si con algún amigote tengo que aceptar la consabida caña, oculto con disimulo el desagrado que me provoca su amargor y si me invitan a un café siempre tengo que dar la nota pidiendo que me pongan un te.
¿Qué le voy a hacer? Intentaré enmendarme, aunque uno empieza a sentirse ya mayor para cambiar determinados hábitos.
Hablando de hacerme mayor, recuerdo que en la época en que se rodó el video de la canción de Sting con la que iniciaba la entrada, mi madre me hizo un guardapolvo negro (en aquella época las madres sabían hacer de todo), que se parecía mucho al que lleva el protagonista y con el que pasé la Navidad en Madrid. Recuerdo que el viaje duró casi 6 horas, en un tren que repartía el correo por cada una de las estaciones que llevaban a la capital. Veis, pidiendo en un bar no, pero caminando por el Paseo del Prado con aquel guardapolvo negro, me recuerdo de lo más moderno.
Por cierto, el saxo alto que acompaña la canción y el toque de jazz me parecen insuperables.