La semana pasada se celebró en mi ciudad unas jornadas sobre Software Libre. Ya sabéis que mi profesión y mi formación académica están vinculadas con el mundo de la informática. Aunque en el año y medio que lleva abierto este blog no creo haber hablado ni una sola vez de estos asuntos, entenderéis que tenga algún criterio al respecto que me gustaría compartir con vosotros.
Me llama la atención ese batiburrillo de cosas englobados bajo el nombre de Software Libre. Para muchos es sinónimo de: gratuidad, libertad, fuentes abiertas, indpendencia…
Es cierto que hay programas gratuitos que además funcionan muy bien y están muy testados, no vamos a descubrir nada a estas alturas de productos robustos y altamente recomendables como OpenOffice o navegadores como Mozilla Firefox. Pero en el ámbito empresarial esa asociación entre Software libre y gratuito, se resquebraja un tanto.
Durante los últimos meses en mi administración hemos estado envueltos en un proceso intensivo para la adquisición de un paquete de software. Como podéis entender hemos recibido propuestas de diversa índole, muchas de ellas desarrolladas en Software Libre, pues bien, curiosamente las ofertas más económicas eran las planteadas a través de empresas que ofrecían Software Propietario, a menudo las diferencias eran sustanciales, sobre todo cuando se trataba de atender el mantenimiento de las aplicaciones, en esos casos la diferencia entre unos y otros era hasta cuatro veces más caras las propuestas basadas en Software Libre, aportando similares servicios.
¿A qué puede ser debido esto? En teoría hay empresas que han desarrollado productos que se han puesto a disposición de determinadas administraciones. La Junta de Andalucía, por ejemplo, contempla un importante repositorio de recursos a disposición de quienes quieran utilizarlos. Sin embargo la adaptación de esos recursos a las necesidades particulares de las empresas resulta muy costoso y complejo.
A menudo se habla de términos como Fuentes Abiertas, para justificar una cierta sensación de libertad. En teoría hablar de fuentes abiertas es abrir la posibilidad de que cualquiera pueda tener acceso al código fuente de las aplicaciones liberadas y modificar, si se desea, su funcionamiento. Esto, que en principio para cualquier no iniciado suena muy bien, en la realidad resulta impracticable. Llevo programando profesionalmente casi quince años, e incluso para mí resulta complejo entender los programas que hice tiempo atrás, no os quiero contar la dificultad que resultaría entender centenares de páginas de código realizada por no se sabe quién, ni dónde, ni siguiendo qué metodología.
Además existe una especie de vacío alrededor de algunas plataformas desarrolladas con esta tecnología, que impide al usuario final tener un contacto directo con el grupo de desarrolladores inicial. Esto, ya de por sí, supone un hándicap importante.
En cuanto a la sensación de independencia, es decir, de no contribuir a engrandecer ningún monopolio, sigo, y que me perdonen, sin verlo claro. A mi me da igual pagar a una empresa u a otra, en cualquier proyecto que una empresa se embarque lo normal es que se produzca una cierta atadura con el proveedor de Software, ya sea libre o propietario. Lo que realmente importa para una empresa o para una administración ha de ser que las aplicaciones que se implanten estén lo suficientemente probadas como para no arriesgarse en experimentos. A otros les corresponde la labor de inspección o experimentación (tal vez a las universidades). Lógicamente si me ofrecen lo mismo o mejor y además, más barato, no digo gratis, nadie va a ser tan tonto de atarse con ninguna otra compañía, por muy importante que sea. Pero en tanto eso no pase la presencia mayoritaria y exitosa del Software Libre en las grandes empresas será más un deseo que una realidad.