domingo, 21 de diciembre de 2008

Otra Navidad es posible


Cuando era más joven me sorprendían las personas que decían odiar la navidad, me parecían aburridas, vetustas, simples. Nunca imaginé que llegaría un momento en el que yo mismo desearía que la navidad pasara como un trago corto, como un soplo breve.

El consumismo se comió la navidad, conmigo dentro. Cada vez queda menos de la esencia, el envoltorio ha terminado inundándolo todo. Tenemos magníficos belenes, magníficos árboles de navidad, magníficas mantelerías, magníficas comidas, magníficos abrigos, pero dentro estamos vacíos y solos.

Una vez más se demuestra que el dinero no da la felicidad. Si hay algo que me gustaría que se llevara la crisis económica que estamos viviendo, sería la locura de compras en la que se ha sumergido nuestra sociedad.

La publicidad, esa mentira canallesca que nos rodea por todas partes, nos ha convertido en rebaños de seres ansiosos por pasar la tarde en el centro comercial, mirando escaparates, entre reyes magos falsos y falsos deseos de felicidad. Compren, rompan y vuelvan a comprar.

Lo que sucede es que ya no sé que pedir para que me regalen, ya no necesito nada.

Me hace gracia pensar que cuando era un ciclista aficionado usaba el mismo culote en invierno y en verano, tenía manguitos para los brazos y si hacía frío usaba una chaqueta del chándal. Ahora tengo una bici magnífica y un cajón con ropa de ciclista de calidad: para cuando hace sol, para cuando hace frío, para cuando llueve e incluso, si fuera necesario, para cuando nieve. Tengo de todo, pero me falta lo fundamental: no salgo a montar en bicicleta.

No quiero hablar ahora de los regalos de los niños, ni de las comidas familiares en las que se presta más atención a la sofisticación de los platos, que a la conversación relajada. Pero si me gustaría expresarle un deseo al gordo ese de Papá Noel: un lugar sencillo, acogedor, en el que alejarme de todo esto, sin centros comerciales, con una buena chimenea de leña, sin televisión, sin mantelería de holanda, ni cubiertos de plata, con unos sillones que inviten a conversar o a leer, despacio, largamente, a toda la familia, mientras los niños juegan y la luna fría de diciembre ilumina sus caras.

Mientras tanto, desde esta bitácora perdida en medio de la marabunta, sólo me queda desearos que tengáis unas buenas fiestas, y brindar por un mundo mejor y más justo.
Para contribuir a ello, os dejo unos videos con los que tomar una visión diferente de las cosas.






domingo, 14 de diciembre de 2008

Un belén en La Covacha

Hoy estoy agotado, físicamente agotado.

Pertenezco a un club de montañismo de mi ciudad. Cuando se acerca la Navidad es una tradición colocar un Belén en la montaña más alta de Extremadura: el pico La Covacha, en la Sierra de Gredos. Es un recorrido muy exigente, de más de 20 kilómetros, y con un desnivel superior a los 1400 metros. Han sido casi nueve horas de dura caminata.

A mi me encanta el alpinismo, soy un asiduo lector de literatura montañera, desde que era adolescente y conocí los Pirineos caí en la fascinación por las alturas, entre mis ídolos se encuentran personajes como Reinhold Messner o el Duque de los Abruzos, me fascinan ese tipo de aventuras, su objetivo, aparentemente inútil, de alcanzar una cima, de probar los límites.

El año pasado conseguí llegar a La Covacha, colocamos el Belén, cantamos villancicos e incluso comimos polvorones en la cima. Pero este año las condiciones eran muy distintas, media España estaba con aviso de temporal, las temperaturas en mi ciudad apenas superaban los tres grados, y había estado lloviendo buena parte de la semana. El resultado ha sido una jornada realmente dura, con temperaturas que a menudo rondaban los 8 grados bajo cero, con mucha nieve y mucha ventisca. Del conjunto de personas que salimos, apenas 10 conseguimos llegar a lo alto de la montaña, si he de decir la verdad ha sido demasiado duro para disfrutarlo, demasiado arriesgado, a menudo me preguntaba si semejante esfuerzo valía en realidad la pena, o simplemente había caído en la tentación de mostrar, una vez más, la certeza de mis límites.