sábado, 25 de julio de 2009

Coupe de Soupe


Nos es que me guste planchar, ¿a quien le puede gustar planchar? Pero no es de las labores domésticas que más me desagrada. Mientras lo hago, entre planchado y planchado, a veces se me descoca la imaginación y me lo paso en grande. Otras veces aprovecho para reencontrarme con aquellos discos antiguos que ya apenas oigo, devorados por la furia insaciable de las novedades, cada vez más efímeras.

Hoy he escuchado a Coupe de Soupe, un grupo memorable para muchos cacereños de mi generación.

No es fácil saber cuando uno pasa de la infancia a la adolescencia, pero yo creo determinar de manera tajante cuando dejé de ser adolescente. Rompí con las amistades de mi infancia y me abracé a las amistades de mi instituto a partir de una excursión que se organizó en la semana santa de 1987. La banda sonora de aquel viaje loco, casi salvaje, fue un viejo casete que el conductor reponía una y otra vez. El disco tenía el extraño nombre de "Sonetos Amorosos Portugueses".

Por entonces la llamada movida madrileña estaba en pleno apogeo y sus sacudidas se hacían notar incluso por estas tierras. Coupe de Soupe era un grupo moderno, la voz de su cantante tenía ese toque bandarra que lo hacía singular y diferente, sus estribillos eran originales y pegadizos, incluso a día de hoy me siguen pareciendo una banda moderna, merecían haber tenido mucha más repercusión de la que tuvieron. Todavía me sorprendo cantando cada canción, como si las conociera de toda la vida, como si aquellos botellones quinceañeros en la plaza de Santiago, junto al bar La Chicha, aún se estuvieran produciendo.

La movida cacereña, los sansones del Extremeño, las copas en San Blas, la Gata Flora, El Campesino, La Furriona, El Capitol, el Duque, el Botellón en la plaza, La Madrila… qué se yo… la juventud en fin. Supongo que ahora los jóvenes cacereños tendrán sus lugares de diversión, no quiero pecar de creer que cualquier tiempo pasado fue mejor, pero a veces, paseando por la otrora bulliciosa Plaza Mayor, no puedo evitar pensar que ya nada es lo que era.

Hace unos años, tal vez 5 o 6, Coupe de Soupe se reunió en el Gran Teatro para dar un último concierto, por aquel entonces yo hacía la crónica cultural de la Revista Alcántara y tenía un pase de prensa que me permitía acudir a todas las actuaciones del Gran Teatro. Cuando quise entrar, como otras veces, el maldito revisor de las entradas no me permitió el paso, no tenía ninguna razón para hacerlo y a esas horas era ya imposible conseguir una entrada, por lo que me quedé en la calle. Nunca se lo perdonaré a aquel tipo huraño y malencarado. Me robó la oportunidad de reencontrarme con aquel aprendiz de jovenzuelo que un día fui, cantando por la Plaza de Santiago: ¡Mira la Iglesia se mueve!

lunes, 6 de julio de 2009

Dar la vuelta al mundo


Una de las características que definen el envejecimiento del espíritu es que perdemos nuestra capacidad de asombro. Por eso, siempre es reconfortante encontrarse con personas capaces de romper con lo establecido y que se dejan llevar por los sueños… hasta cumplirlos.

Durante nuestra estancia en Escocia, tuvimos la suerte de compartir algunas horas con una familia española que se encontraba, desde hace casi un año, realizando un viaje alrededor del mundo.

Y no se trataba de ninguna familia acaudalada y caprichosa, ni tampoco de una familia circense, ni hippy, ni underground, ni atolondrada. Era una familia normal. Un matrimonio relativamente joven, con dos hijas de 10 y 8 años, que habían comprendido la suerte de estar vivos en un mundo lleno de tantas posibilidades, de tantas cosas por ver, a menudo hermosas, como éste. Y llevaban 11 meses recorriéndolo: Estados Unidos, Centro América, Nueva Zelanda, Nepal, Sudáfrica, Argentina, Chile, La India, Australia, Japón, Escocia, Egipto… Su historia, su planteamiento y su itinerario podéis seguirlo desde su página web: http://www.nuestravueltaalmundo.com/

Yo se que un viaje de esas características, sobre todo con niños, lleva aparejado un coste, un peaje, un riesgo, que a muchos les puede resultar inasumible, como una gran locura, como un gesto inconsciente, casi egoísta. Pero cuando hablaba con Luis, cuando miraba a sus hijas, cuando me contaba el origen de su sueño, su determinación y su optimismo, todos los inconvenientes y nubarrones que yo mismo veía, desde este lado de Matrix, como él lo llamaba, se iban diluyendo, y en mi cabeza no dejaba de rondar aquella vieja frase que decía: Mejor morir que perder la vida.